El miedo escénico a la sanidad de los ministros de Sanidad

Aunque el cargo de ministro de Sanidad tiende a ser percibido por la ciudadanía con una aureola de misticismo por sus connotaciones científicas, lo cierto es que los políticos con ansias de protagonizar una fértil y prolongada carrera al frente de instituciones, organismos u otros puestos en el Ejecutivo suelen huir de él como de la peste. De todos los ministros que han pasado por esta área, pocos pueden presumir de mejorar su trayectoria posterior en dichos ámbitos, con contadas excepciones como la de Ana Pastor. Romay, por ejemplo, acabó en el Consejo de Estado; Julián García Vargas, excelente, en el sector de defensa y en la consultoría; y Leire Pajín o Bernat Soria quedaron alejados del mundanal ruido, una en la ONU y el otro en la investigación.

Tan ingrato y áspero es el cargo de ministro de Sanidad que cada vez que hay una crisis de Gobierno o un relevo de partido al frente del mismo, los ministrables con grandes aspiraciones, cuyos nombres suenan realmente para el cargo, tratan de ocultarse en espera de que la fiebre pase y les toquen menesteres más fáciles y de mayor enjundia y recompensa futura. La tendencia se replica en parcelas ultraespecializadas como Defensa, Agricultura o Energía, con la excepción de que esta última otorga tal poder al que ostenta la cartera, que al final le cuesta desprenderse de ella. La fiebre con sudores fríos que se aprecia en las frentes de los ministrables de Sanidad suele convertirse, por lo demás, en miedo escénico cuando el nombramiento se ejecuta. El pánico a lo sanitario que muestran muchos ministros de Sanidad no es patrimonio exclusivo de un partido ni un rasgo característico del género y es tan frecuente que se ha convertido en una constante en el Paseo del Prado. Ha llegado de hecho a institucionalizarse de tal forma que entre la cohorte de asesores que rodea a los «elegidos» para la gloria pueden contarse con los dedos de la mano los que no les aconsejan rehuir toda declaración sobre la Sanidad y volcarse hacia el lado social del Ministerio. Algunos obedecen el consejo durante todo su mandato y otros terminan desplazándolo cuando se ven sueltos. Conviene decir que el pavor a las declaraciones sanitarias se disparó a partir de Celia Villalobos y sus huesos de vaca en los caldos; menguó después con los ministros socialistas y volvió a dispararse con la ébola en época de Ana Mato. Las excepciones a estos principios son las de García Vargas y Pastor, y dos raras avis como Bernat Soria y Trinidad Jiménez. Soria sorteó el pánico por su formación sanitaria, mientras que Jiménez lo hizo con una soltura que la población no valoró. Dolors Monserrat tendrá que mostrar en breve en qué grupo se encuadra.

PREGUNTAS SIN RESPUESTA

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Sergio Alonso

Autor Sergio Alonso

Fundador y director del suplemento A tu salud del diario LA RAZÓN

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