Humanizar la Sanidad, el paciente no es un número

Una persona no es un número, no es una historia clínica, no es la cama 325, ni el de la colostomía… Su dignidad como paciente se ve vulnerada cuando se le trata como a un expediente, cuando se despersonaliza y, por desgracia, reconozcamos que a veces la atención deriva hacia eso.

Surgen muros invisibles, falta de empatía e incomunicación entre el enfermo, los profesionales y el sistema en sí. Cierto es que las enfermeras, dentro del ecosistema hospitalario, son los profesionales más cercanos y que mayor relación tiene con la persona ingresada y su entorno más cercano. Parte de nuestra vocación y entrega pasa por intentar no sólo ocuparse del paciente, sino preocuparse de él. Una persona ingresada en un hospital se encuentra en una situación vulnerable, hay algo que amenaza y merma los bienes más preciados que atesora un ser humano: su propia vida. Y en silencio, sin pedirlo de forma explícita, demanda una mínima dosis de humanidad.

Y debemos tener la humildad para reconocer que no siempre la actitud es la más idónea para con el paciente. Numerosos factores influyen en que a veces se produzca esa desconexión y distanciamiento. Una de ellas viene de la mano de la tecnificación y avances que sin duda han supuesto un gran avance en el diagnóstico y tratamiento de numerosas patologías, pero también han ampliado el abismo y a veces dejan a un lado algo tan básico como es el contacto físico. Y si es importante el tacto, tanto en sentido literal como metafórico, cuando nos dedicamos a la sanidad también son relevantes los otros sentidos, especialmente el del oído. Saber escuchar es básico para poder atender a nuestro paciente, tanto cuando nos habla de la dolencia que le aqueja como de otros problemas subyacentes que también influirán en el desarrollo de su evolución clínica. ¿Por qué nadie acompaña a esta persona durante su estancia en un hospital?, ¿se siente violentado en su intimidad?, ¿percibe indiferencia por parte del personal?… Son cuestiones sobre las que detenerse un instante porque ésas también son necesidades que, de una forma u otra, tiene que cubrir el sistema a través de sus profesionales.

La cercanía al paciente no puede quedarse sólo en una cuestión particular de cada profesional, de buena voluntad. Porque no es de recibo que una persona vea un cambio radical en el trato en función de qué enfermera le atienda. Todos los profesionales debemos alcanzar un grado mínimo y exigible de empatía o dedicarnos a otra cosa. Actuar sobre ese déficit de humanidad del sistema implica trabajar ya desde la formación universitaria, donde a menudo estos aspectos son considerados secundarios frente a la ortodoxia clínica. Este capítulo debe constituir un eje fundamental de los planes universitarios.

En cierto modo el aspecto anterior es fácilmente subsanable. Pero lo que no va a ser tan difícil de resolver es otro factor que incide claramente en el problema. ¿Cómo es posible dar cierto trato individualizado, personal y cercano cuando una enfermera tiene a su cargo a 12 o 14 pacientes? Según una investigación llevada a cabo por Linda Aiken, de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Pennsylvania (Estados Unidos) y publicado en la prestigiosa revista “The Lancet”, la excelente preparación de las enfermeras de este país ha ayudado a mantener la calidad en la atención a los pacientes. Sin embargo, la investigación revela que España tiene también la peor ratio enfermera/paciente de los nueve países analizados –Bélgica, Inglaterra, Finlandia, Irlanda, Países Bajos, Noruega, Suecia y Suiza- con 12, 7 pacientes por cada enfermera, frente a las cifras de países como Irlanda y Noruega, con 6,9 y 5,2 respectivamente. La media europea es de 8. Es obvio que esa desproporción entre profesionales y pacientes no puede ser compatible con una atención humanizada. Como tampoco ayuda la precariedad, la inestabilidad y tantos problemas laborales que aquejan a la profesión. Esa es una lucha continúa desde hace años por parte de las instituciones que respaldamos a los profesionales.

Asimismo, la comunicación tiene un papel fundamental en los procesos de salud y enfermedad de una persona y cualquier profesional sanitario debería aprender a comunicarse. Un buen flujo de comunicación permite conocer las preocupaciones reales de la persona que tenemos a nuestro cuidado. Saber interpretar ese lenguaje no verbal que enmascara unos sentimientos que, por alguna razón, el paciente no quiere que afloren resulta clave también. Eso se aprende tras largos años de experiencia, pero también debe aprenderse desde que uno se decanta por una profesión tan reconfortante como la enfermería.

La confianza entre paciente y enfermero –o cualquier otro profesional sanitario- es indispensable y solamente posible si el segundo consigue ponerse en el lugar del primero de manera empática.

Algunas comunidades autónomas, como la de Madrid especialmente, van más allá del concepto teórico de la humanización y aspiran a que esta filosofía impregne totalmente la atención sanitaria en la región, incluso con una Dirección General de Humanización, para ir mucho más allá de la mera atención al paciente y ciudadano, con planes concretos y una voluntad real de cambiar el enfoque. No será fácil por todos los obstáculos descritos anteriormente.
Desde esta tribuna que se me brinda, también me gustaría reconocer iniciativas recientes –muchas de ellas lideradas por la enfermería- que son ejemplos de profesionales voluntariosos y amantes de su trabajo. Proyectos que emocionan por ese afán de recuperar la dignidad del paciente, sobre todo cuando los protagonistas son los más pequeños, como convertir un TAC en una nave espacial, pintar las paredes como un mundo de fantasía, crear jardines y huertos en los centros sanitarios o campamentos para niños asmáticos. Pero no se puede vivir de la anécdota, aunque estas iniciativas merezcan premios y nuestro reconocimiento.

Nunca olvidemos que nuestro trabajo tiene como eje un semejante en una situación que, en el mejor de los casos, vive entre la angustia y la incertidumbre. Y en otros casos es su propia vida la que está amenazada y maltratada por el dolor y un sufrimiento físico. Esta persona espera un respaldo en esos momentos y la indiferencia le castiga a veces más que su propia enfermedad. Por muchos problemas que tenga el sistema, a pesar del ritmo de trabajo y la escasez de personal nunca hay que dejar de cumplir con nuestro deber de tratar al paciente como se merece, nunca dejar de mirar a los ojos, tener una sonrisa, una palabra amable y saber escuchar. Merece la pena el esfuerzo porque si no lo hacemos así estaremos traicionando nuestra vocación.

Pilar Fernández

Autor Pilar Fernández

Velando porque la enfermería esté formada y actualizada en sus conocimientos para prescribir los mejores cuidados al paciente

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