La muerte pone fin a una vida, no a una relación

Cuando busco momentos de relajación y desconexión echo mano de algunas series de televisión que me trasladan mentalmente al escenario donde se desarrollan y me ayudan a ausentarme durante unos minutos de mi realidad. Una de esas series es Mentes criminales, donde más allá de los argumentos y las escenas más o menos escabrosas, me apasiona la frase final que, a modo de corolario, cierra los capítulos. Hace unos días en una reposición escuché la siguiente frase: “La muerte pone fin a una vida, no a una relación”, y al oírla aproveché rápidamente para anotarla.

Consulté el nombre de su autor y comprobé con sorpresa que era Mitch Albom, escritor y periodista norteamericano, el mismo que había escrito el libro “Martes con mi viejo profesor”, que a lo largo de estos últimos años he leído en diversas ocasiones, a partir de la recomendación de un muy buen amigo. Esta frase, precisamente, introdujo la ceremonia de despedida de un buen amigo de la familia, que hace algún tiempo nos dejó tras seis meses de lucha contra el cáncer.

Todavía ahora recuerdo su ceremonia de adiós: quienes participaron, leyeron y tocaron sus piezas musicales, aquel día de febrero de hace algún tiempo, fueron escogidos por él.  Cada detalle, cada palabra fueron escrupulosamente planificados por su esposa y su hija menor, interpretando, recordando y siguiendo las instrucciones que él mismo les había trasladado, en el hospital, días antes de pedir la sedación para mitigar el dolor o más bien, mantener su dignidad hasta el fin de su vida. Pero su coraje a la hora de cerrar el último capítulo de esta vida, como mínimo la de aquí y ahora, fue mucho más allá. Se despidió hasta el infinito de los más allegados, de la familia más íntima, pero también de sus amigos, de quienes le habían acompañado en los últimos meses, y de aquellos que, en un ejercicio de prudencia, quisieron hacerle llegar su apoyo mediante el teléfono o el correo electrónico.

Hasta el final echó mano de su ironía, para ayudar, mitigar y ayudar no sólo en su propio proceso de aceptación de la muerte, sino de los que le han acompañado. Tuvo tiempo de cerrar conversaciones pendientes, mostrar sentimientos, cerrar trámites ante el notario, expresar sus últimas voluntades. ¡Se requiere valor, fuerza y sobretodo tanta madurez para aceptar este camino! En mis años de experiencia como enfermero he estado muy cerca de la muerte ajena, pero con esta experiencia, que me tocó de cerca y que con frecuencia utilizó de ejemplo, comprobé la importancia que tiene para el entorno más íntimo de la persona fallecida haber podido convivir de manera conjunta el proceso del final de su vida desde la proximidad, el respeto, el cariño y el saber hacer. Estoy plenamente convencido que el camino escogido por él ha ayudado y lo seguirá haciendo, de manera silenciosa y continua, en afrontar la pérdida y realizar de la manera más adecuada el duelo de los seres queridos.

Para mí ha sido y fue una lección de vida, una lección de final de vida, de morir en paz, de morir con la convicción que, a pesar del dolor de la situación, a pesar de dolor por la pérdida, el ser humano es ante persona y decide, en muchas ocasiones, poder vivir dignamente hasta el último momento.

Josep Paris

Autor Josep Paris

Enfermero, especialista en Enfermería Geriátrica y Gerontológica. En la actualidad centra su labor profesional como responsable de desarrollo corporativo en una empresa de servicios funerarios. Autor del blog Cata de vida (www.catadevida.com)

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