Sólo con palabras

Ayer mismo le contaba a una alumna el esfuerzo que requiere adquirir las competencias que nuestra profesión necesita. Pero el manejo de las emociones, tanto ayudando a los pacientes como a nosotros mismos, no es un tema protagonista en nuestros planes de formación. Por fortuna, cada día somos más los que nos paramos en ello para darle el lugar central que merece.

Todos los que hemos llegado hasta aquí, bien como redactores, bien como lectores o ambas cosas, tenemos en común la preocupación por la salud y la enfermedad, el deseo de mejora y avance. No sé si estaréis de acuerdo conmigo: apuesto a que es en las salas de espera de los hospitales el lugar donde las personas nos sentimos más frágiles y vulnerables. Por ello, creo firmemente que es en los entornos hospitalarios y de enfermedad donde más necesaria es la música, como la literatura y el arte. Ya sabía de ello el médico de don Quijote, de la necesidad de atender la salud del alma cuando la del cuerpo corre peligro.

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«Soy Alicia Chamorro, bienvenidos a este espacio de reflexión y proyección de ideas»

Comparto con vosotros la crónica que escribí en Bruselas, ciudad en la que vivo y trabajo, a propósito de un concierto en el hospital. Fue uno de esos días que ni pacientes ni personal olvidaremos nunca. Y os lo cuento, cómo si no, con palabras. Qué inocencia la del acto de escritura cuando trata de contar lo indescriptible.

La voz de Raquel

El pasado jueves 7 de mayo, cuando llegó la música de La Galanía al Instituto Jules Bordet, hospital de oncología de Bruselas, desapareció de nuestros olfatos el olor a desinfectante; de nuestras bocas, el sabor espeso de la espera de diagnóstico, de la vista, los rincones desconchados. Desapareció el escalofrío en la piel y la palabra cáncer de las conciencias. Yo misma la creía indeleble. Cómo lo haces, Raquel, tanto apenas con tu voz. Cómo lo haces, Jesús, tanto apenas con tu tiorba.

Raquel Andueza, proyectando su inmensa voz, y Jesús Fernández, expandiendo dulcemente las notas de sus cuerdas, nos emocionaron a todos interpretando en cada planta del hospital sus melodías barrocas. Algunos lloraron con las lágrimas cara abajo, como se llora al dignificar la vida: los años pasados y sus experiencias, hayan sido muchos o no aún demasiados, hayan sido enteros o medianos, son nuestra reserva y motor de fuerza cuando entramos en la enfermedad y el miedo.

Un paciente en aislamiento salió decidido de su habitación y, prudente, se mantuvo alejado del resto al fondo del pasillo. Abrazado a su mujer y balanceándose al ritmo de la música: la elegancia toda era ese desafío de almas aliadas contra la angustia. Raquel también lo supo: por un momento en suspensión fueron los protagonistas de la planta. Los únicos que no se dieron cuenta fueron ellos mismos, envueltos por la música, cegados, literalmente. Ahora sé que el amor en abrazos es del color amarillo de las blusas protectoras; médicos y enfermeras nos quedamos sin palabras. La energía que les envolvía nos paralizó el cuerpo y el aire. Durante un instante presentí que todos debimos llegar allí para adornar su baile indestructible.

Niñaliciaos que visitaban a alguno de sus seres queridos, se quedaban mirando inmóviles a los músicos con la boca abierta y algún caramelo olvidado entre sus dedos flojos.

Fue en la primera planta del hospital –y última del concierto itinerante- donde más canciones pudimos disfrutar. Así lo pidieron los pacientes que improvisaron las primeras filas pidiendo con entusiasmo una silla frente a Raquel: se entregaron al concierto como el que se arroja al mensajero de un obsequio lejanísimo.

Un día después, todo volvió a ser como antes, aunque solo en apariencia. Un paciente me explicaba una tarde de domingo cuál es la mejor manera de permanecer en el recuerdo de alguien: dejar un momento atado a una canción. Y Raquel y Jesús nos regalaron unas cuantas. Imágenes de unos junto y para los otros asidas a la memoria, para siempre. Registros de la médula espinal.

La música no puede llevarse la enfermedad, pero sí traernos la calma de vuelta y la esperanza inmensa de presenciar lo bello.

Ay, Blue-Eyes, si estuvieras aún en tu cuerpo galante y joven de dos metros de alto, te hubiera pedido que bailaras conmigo. Y a La Galanía, que cantara otra.

Gracias de las que nunca acaban a la generosidad del Instituto Cervantes de Bruselas, y de los músicos, Jesús y Raquel; que cuándo volvéis, me preguntan los pacientes cada día. Que sea pronto: lo piden los pasillos de Bordet y los desconchados discretos de algunas esquinas en las que se siente de nuevo el olor a desinfectante.

Alicia Chamorro

Autor Alicia Chamorro

Alicia Chamorro García es enfermera. Durante varios años trabajó en el Hospital de oncología de Bruselas, el Institut Jules Bordet. Actualmente investiga sobre el impacto de la ficción en la enfermedad y al final de la vida en cuidados paliativos pediátricos. Fundadora de "Cuéntame algo que me reconforte". #CAQMR

2 Comments

  1. Maria Lucia Vazquez

    Es una idea fantástica llevar música a los centros hospitalarios!!!
    Yo trabajo de enfermera en el HVS de Toledo y mi planta esta muy cerca de oncología y también nos ingresan pacientes oncológicos.
    Hacer por un rato que uno se olvide de lo que tiene no tiene precio.
    Cuando uno está enfermo no hace falta recordárselo todos los días sea cual sea su dolencia. Hay que dedicarse a que su día a día sea mas bonito y hacer que sus cruces pesen menos , como? Haciéndole un camino de flores, para que sepan que la muerte es una continuidad de la vida y que no hay que tenerle miedo.

    Muchas gracias Alicia!!!

  2. ESTRELLA

    Emocionante e intenso. Gracias por compartirlo.

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